Las campanas tañen por tercera vez desde que nos retiramos a
nuestras celdas, y el temblor que se apodera de mi cuerpo me recuerda que
pronto oiré el ruido de sus pasos arrastrados acercándose.
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Después, querrá musitar en mi oído algunas palabras para
convencerme de la generosidad y ternura de sus actos…
Pero no lo podrá hacer, no lo dejaré, porque, en ese instante,
introduciré en su garganta la vieja navaja de mi padre, para luego cortar su
arrugado miembro, y al fin, con el suave ritmo del gorgoteo de su sangre, dormir
tranquilo.
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