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Leí centenares de libros sagrados que ofrecían soluciones mágicas
a partir de ofrendas vanas, inútiles sacrificios y devociones malencaradas.
Adopté múltiples personalidades, siempre apropiadas a lo que
me exigían cretinos de cuello blanco desde inmensas oficinas alejadas del mundo
real.
Estudié los grandes tratados de mentes inquietas, volúmenes repletos
de fórmulas y cifras y de memorias a medio escribir por reconocidos iluminados.
Pero es ahora que mi felicidad es plena, viviendo en esta
nueva tierra, inhóspita y árida, bajo un cielo plomizo y un aire de aromas
sulfurosos; y rodeado por personas olvidadas, unas, que fueron expulsadas de su
hogar sin motivos esclarecidos, otras, autoras de crímenes imperdonables según
las normas impuestas por unos pocos imbéciles, y los más, seres anónimos que
como yo, ya han encontrado en este lugar a su única y verdadera familia.