La lanzó en el instante en
el que el soldado introducía un sucio puñal bajo sus costillas y con ello
provocaba que la vida se le fuese escapando a través de un exiguo chorro de sangre.
Sus palabras estaban carentes de cualquier crítica
o reproche, y sólo transmitían una resignación hacía la mansedumbre del ser
humano.
Por eso hoy, cuando han pasado
tres días y el calor del verano ha secado la tierra manchada de rojo, y al
tiempo que nuestras encallecidas manos siguen cavando las fosas, volvemos a oír
su voz anunciando, que con esa actitud pusilánime, los soldados volverían; y
aquí están, divertidos, mientras apuntan sus armas a nuestras cabezas.