Y la verdad, no me siento tan extraño en esta nueva ciudad.
Caminando entre los escombros y avionetas de metal,
respirando un humo negro o pisando la mezcla de barro, sangre y orín que hay
bajo mis pies.
Dibujando en las paredes viejos planes de fuga, frases
vulgares que no me dejaron gritar o escuchando los quejidos y lamentos de una
decrépita caterva.
Observando con mirada transparente este cielo ocre que
anticipa la lluvia ácida que nos permitirá beber.
Sonriendo, sin familia ni amigos con los que disimular, ni
jefes ni falsos dioses ante los que capitular.
Arrojando a cada paso las absurdas cargas con las que
cubrieron mis hombros.
Y durmiendo, a descubierto y en paz, con los dulces sonidos en
mi interior de un alma cansada y abatida.
En verdad lo siento así, por fin me encuentro feliz en esta
nueva ciudad.