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He brindado con vino atabernado bajo el viejo ciclamor en el
que solía descansar el gato de angora que adornaba mi cuello en las tardes de
invierno.
He caminado entre miles de moscas hambrientas que, ignorando
mi presencia, continuaban su festín de intestinos humanos esparcidos por el
camino de baldosas amarillas.
He sobrevolado escenas de guerras antiguas, con batallas a
medio construir, en las que cientos de soldados sin bandera esperaban, hastiados,
la orden definitiva que les llevara a morir.
He bailado canciones de amor con duendes expatriados y
corridos mexicanos con trece princesas adictas a los polvos blancos y curas de
Naxolona.
He llorado por la lluvia meona que cayó en Veracruz y por los
vientos de bolina que arrastraron naves hacia arrecifes de acero y cristal.
Pero al girar la cabeza y encontrarte a mi lado, mi cuerpo
abandona la huida y sólo puede llorar lágrimas de sangre.