Amanece un día fresco, y su nueva luz, va cayendo sobre los
últimos habitantes del pueblo, quienes, armados con palos, herramientas y
piedras, aguardan la inminente llegada de una hueste bárbara, enviada por el déspota
que los gobierna.
En absoluto silencio, sus ojos se van llenando de lágrimas de
despedida y desde una garganta, quebrada por la emoción, se lanza la última
arenga: –Hermanos, recordad que nosotros
elevamos sueños imposibles a la categoría de realizables, y que nuestro sacrificio
allanará el camino que deben recorrer nuestros descendientes. Resistid por
ellos–.