Sigue
dentro de mí aquel rincón del patio del colegio desde el que, en absoluta
soledad, veía jugar a mis compañeros, tanto, como aquella gélida y lóbrega
habitación donde dormía.
Me acuerdo del oxidado juguete que había recogido de
la basura y del pan duro que acompañaba la comida que nos iban regalando.
Sigo
teniendo presente esos días de frío intenso, en los que las raídas mantas
apenas cubrían el cuerpo de mis hermanos pequeños, y no añoro, para nada, aquellos
períodos de canícula, en los que trabajaba, bajo un sol abrasador, las tierras de
otros por unas lastimeras monedas–.
Al contarle todo esto al doctor, creo
que le será más fácil comunicarme que, a partir de ahora y poco a poco, la
enfermedad del olvido irá creciendo dentro de mí.
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