Al nacer me obligaron a crecer bajo la falsa creencia en una
vida sencilla, llena de esperanza y felicidad.
En ella…
He sido capaz de obedecer las órdenes
insanas de antiguos generales que me inyectaban todo el odio acumulado en sus
míseras vidas.
He llegado a cantar las canciones de
amor y muerte, que tocaban mis enemigos, al ritmo de los sonidos de los huesos
humanos al amontonarse.
He dejado que entierren mi cuerpo
bajo toneladas de excrementos y cochambre para encontrar algo de aquel olor
acre de mi juventud.
Y ahora…
En mi vejez, cuando me reclaman la vida prestada, sólo me
queda llorar lágrimas de sangre sobre un frío café, mientras espero a que el
verdugo afile su hacha.
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