Aquel día de verano de 1945 no
soplaba la más mínima brisa y el sol quemaba los viejos tablones de la
estación.
Los gatos escondían sus
escuálidos cuerpos entre chatarra y basura escapando de un calor abrasador, y
las chicharras, acompasaban sus cantos al ritmo del “chuf, chuf” de la
locomotora.
La gente, sudorosa, se despedía
con rapidez, y yo, entre lágrimas, grité “te quiero” cuando arrancó el tren.
Hoy, en este día de otoño de
1995, con temporal de viento y lluvia, regreso a la estación, y entre acero,
vidrio y hormigón, en soledad, aguardo tu llegada para disfrutar de ti, por
segunda vez.