Paseé por el jardín de rosas y el laberinto de boj que se habían
convertido en una espesura oscura y salvaje de espinos, abrojos y zarzal.
Me asomé a la vieja cocina en donde nos arremolinábamos al
calor de esa acogedora chimenea de la que ahora sólo emana mugre y hedor.
Intenté subir por la desvencijada escalera de madera que conducía
a los espacios que nos tenían prohibidos, pero me lo impidió ella misma al
mantener en pie tres o cuatro peldaños medio carcomidos.
Peregriné por toda la casa sin apenas sentir alguna emoción,
sentimiento o recordar a alguien conocido…
…hasta que he pensado en ti, hermana mía.
Fue al entrar en tu habitación y encontrar medio quemada y tirada
en el suelo a tu querida muñeca, reposando justo en el mismo lugar donde hace
años te enterré.
En ese momento sí, por fin pude esbozar una sonrisa de
felicidad.