Después de tantos abriles desechados y apogeo del dolor,
detengo por fin, un largo deambular por tierras desoladas, paisajes abrasados y
horizontes en decadencia.
En este breve descanso, me atrevo a otear el contenido de la
pesada mochila que cargo desde mi infancia y en ella encuentro el eco vacío de palabras
y susurros desfallecidos, un viejo mapa de la isla de Lilliput, miles de voces
lanzadas en plena oscuridad, coronas de espinas y tronos de sal.
También voy sacando espadas melladas, camiones sin ruedas, peces
de oro y una muñeca medio quemada.
Aparece después un libro de salmos con cromos pegados sobre
la cara del rey, decenas de cartas de amor sin abrir y un corazón disecado.
Y en el fondo encuentro espacios invertidos con ruido del
mar, una llave oxidada, cristales de arcilla y mi gran tesoro: la pastilla de
cianuro que me regalaste.
Al reemprender la marcha, la media sonrisa que dibuja mi cara
me hace comprender que la mochila está aún a medio llenar.