domingo, 10 de febrero de 2019

La furtiva


Cuando se ausentaba de casa lo hacía a escondidas y en silencio. Si su marido se enterara de esas furtivas escapadas todo acabaría en un triste y doloroso final.

Pero ese pensamiento lacerante desaparecía en el momento en que veía a su amigo aguardándola en el lugar de siempre, esbelto y robusto, mirando al mar y con la suave brisa marina acariciándole.

Al llegar a su lado repetía siempre el mismo ritual sin decir una sola palabra: le miraba dulcemente, le abrazaba largo rato y se acurrucaba bajo su cobijo.

En ese instante sonreía y, bajo sus frondosas ramas, se sentía viva y en libertad.