viernes, 19 de agosto de 2016

Los cinco sentidos

Comenzó a despertarse y a sentir una la ligera modorra que le llamaba a acudir, subyugado, a los brazos del sueño.

Podía  sentir, lejanos, los recuerdos de la batalla, en la que se mezclaron gritos de vacuas proclamas que camuflaban el miedo y la cobardía; sonidos metálicos de armas enfrentadas; ráfagas sibilantes de balas atravesando carne humana y gritos desesperados de jóvenes bisoños que intentaban contener chorros de sangre sobre los que viajaban a su trance final.

Consciente de su nariz partida, comenzó a aspirar el acre olor de la muerte revuelto con el hediondo aroma a sangre y excrementos de los intestinos a medio descuajar.

Notaba, a su espalda, el braceo exhausto de compatriotas que, aplastados, luchaban por alcanzar una pizca de aíre para sus pulmones sentenciados.

En su boca, repleta de dientes partidos, pólvora quemada y blasfemias diversas, comenzaba a formarse el dulce sabor de la anhelada victoria.

Sus ojos, por fin abiertos, se fijaron en un sol que brillaba ajeno al absurdo deseo de una especie en inmolarse por cualquier dogma artificial, y al llegar la figura que tapó la vista, sólo sintió la nada. 

lunes, 15 de agosto de 2016

Lágrimas de sangre

Tú avidez en el amor me acercó hasta la puerta de los recuerdos extinguidos, y al atravesarla, por fin te he podido abandonar.

He brindado con vino atabernado bajo el viejo ciclamor en el que solía descansar el gato de angora que adornaba mi cuello en las tardes de invierno.

He caminado entre miles de moscas hambrientas que, ignorando mi presencia, continuaban su festín de intestinos humanos esparcidos por el camino de baldosas amarillas.

He sobrevolado escenas de guerras antiguas, con batallas a medio construir, en las que cientos de soldados sin bandera esperaban, hastiados, la orden definitiva que les llevara a morir.

He bailado canciones de amor con duendes expatriados y corridos mexicanos con trece princesas adictas a los polvos blancos y curas de Naxolona.

He llorado por la lluvia meona que cayó en Veracruz y por los vientos de bolina que arrastraron naves hacia arrecifes de acero y cristal.

Pero al girar la cabeza y encontrarte a mi lado, mi cuerpo abandona la huida y sólo puede llorar lágrimas de sangre.