martes, 12 de agosto de 2014

Hogar

Llevamos navegando apenas una horas y, aunque parezca extraño, ya siento que todos mis compañeros de travesía se van a convertir en la familia que siempre he anhelado.

Cuando nos llamaron para que acudiéramos al puerto, ninguno preguntó el motivo, sólo nos bastaba saber que esa iba a ser la única posibilidad que tendríamos de escapar de un mundo al que no pertenecíamos.

Todos hemos dejado atrás miles de historias de abuso y subyugación, de espacios huecos que se llenaron de aquello que no deseábamos pero que nos impusieron y de seres para los que sólo fuimos meros espectadores en sus vidas.

Ahora, mientras el salitre que transporta la brisa del océano va posándose en nuestra piel, y el sol que se atisba entre los nubarrones va calentando nuestros rostros felices, sólo nos queda esperar, relajados, la llegada a nuestro destino, a ese islote donde por fin podremos ser nosotros mismos y sentirnos verdaderamente en casa.

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