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lunes, 19 de septiembre de 2016

El burócrata

Me despierto tranquilo, con el brazo derecho apoyado en la silla de enea en la que reposa la cuchara que me regalaste el día de tu partida.

Mientras me levanto y aflojo la goma, escucho a través de las paredes, el tarareo monótono de una alboreá que anticipa una muerte lenta y dolorosa.

Una tonada que me recuerda que afuera me aguarda, paciente, el desconocido del traje de sarga gris que se acercó ayer para darme la nueva.

Un ser acostumbrado a la lenta espera que precede a su rutinario trabajo de limpieza de seres prescindibles para las élites de nuestra sociedad.

Una labor que realizará con la excelencia del burócrata bien entrenado y con la exquisitez del operario que huye de una existencia fútil.

Pero antes de todo me voy a mear…


domingo, 10 de abril de 2016

El dulce despertar

     Esta madrugada he vuelto a despertar en una cama extraña y mi mente intenta recordar, sin resultado, el camino que debí recorrí hasta llegar aquí.

     Las sábanas desprenden un olor agrio, mezcla de ginebra y sexo apresurado, y junto a la cama, sobre una silla destartalada, se encuentra una vela medio consumida y los restos del polvo quemado en una vieja cuchara de metal.

     Sobre el suelo de azulejos fragmentados, te veo, durmiendo, sin ni siquiera arrancar de tu brazo la goma con la que buscabas alguna vena que no hubieras quemado en estos años.

     Me arrojo de la cama, con la vana esperanza de encontrar a tu lado algún resto de la poderosa diosa que domina nuestras vidas, pero apenas que mi cuerpo nota el primer movimiento, vomita desde mi estómago un líquido oscuro que cae sobre tu cuerpo.

     Mi cabeza queda descolgada de la cama, y mientras el sopor del último cuelgue se apodera de mi cerebro, sólo acierto a preguntarme cómo habrá llegado la vela hasta la ventana, y en qué momento empezó a prender la tela manchada que alguien colocó como cortina.

miércoles, 1 de abril de 2015

La soga

Desde aquí arriba puedo ver el desorden en el que conviven los objetos de mi habitación.

Veo un antiguo diario en el que sólo escribí las palabras principio y fin, unos juguetes de madera medio rotos y unos viejos discos de algún grupo olvidado.

También se puede ver, entreabierta, la maleta de cuero con la que regresé al hogar. Aún mantiene en su interior el sucio uniforme que me obligaban a utilizar a diario, junto a la camisa ensangrentada de una pelea perdida y el reloj de cuerda que un día robé.

En el suelo, arrinconados, se encuentran el colchón de muelles reventados donde duermo, una sucia manta medio deshilachada y la cuchara de plata que me regalaste, en donde mezclo el polvo blanco y el marrón.


Así, observándolo todo, y con media sonrisa, sólo espero que la cuerda que me ciñe el cuello sea capaz de aguantar el peso y que todo termine, al fin.