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lunes, 12 de enero de 2015

Dos metros

Inmediatamente pedí que cerraran la tapa del ataúd, ya que no quería que nadie más pudiera ver que el cadáver se había movido. Mientras lo hacían, me puse a gritar de manera exagerada para sofocar cualquier ruido que pudiera surgir del interior y supliqué que me dejaran a solas para poder despedirme por última vez.

Ahora, con la mirada oculta tras unas enormes gafas negras, veo como el féretro recorre sus últimos dos metros hasta el fondo del hoyo, y siento, que tengo que hacer un gran esfuerzo para no gritar, de pura felicidad, que por fin soy libre para siempre.

viernes, 26 de septiembre de 2014

La carta

Esta mañana, en las tareas de excavación de la fosa, hemos encontrado una carta legible entre los resto exhumados. Es breve y de escritura temblorosa, y dice así:

Martes. 23 de octubre de un año olvidado

La tormenta ha estallado al llegar la noche, y comienza a caer una lluvia constante sobre nuestra posición, lo que nos avisa de que pronto estaremos tumbados sobre un lodazal a la espera de la siguiente orden para avanzar. Llevamos en estas trincheras desde hace varios meses y lo único que hemos conseguido es sembrar de miles de cadáveres de nuestros semejantes los áridos campos por donde vamos avanzando. Sabemos que sólo somos las piezas anónimas y prescindibles de idiotas ególatras con enormes ansías de poder y grandeza pero de nula humanidad. Sin embargo, somos incapaces de sublevarnos. Hoy, te escribo para despedirme, ya que tengo la total seguridad de que la muerte me alcanzará antes de que puedas leer esta carta, pero sereno al saber que mi sufrimiento se acaba para siempre y que guardo dentro de mí, el recuerdo fresco de tu mirada limpia.
Siempre estaré contigo.
F.L.

Al leerla en voz alta, las personas que trabajamos por evitar un doloroso olvido, nos hemos dado cuenta de que hoy, más que nunca, nuestra tarea es necesaria.

lunes, 4 de agosto de 2014

Dudas

Posiblemente tenía razón el ermitaño que me aconsejaba que no me adentrara en esta espesa selva de arboles retorcidos y sonidos extraños.

Quizás debí obedecer a las señales talladas en estelas funerarias que me rogaban que no avanzara por las ciénagas de lodo glutinoso.

Puede ser que el eco que escuchaba de forma reiterada, advirtiéndome de sufrimientos y castigos, fuese el último aviso para que regresara a la rutina de una vida mediocre diseñada para mí.

Es posible que la flecha que me han clavado en la espalda y que me transmite un veneno de lento efecto se convierta en mi única y leal compañera.

Tal vez debiera dejar de perseguir al lobo etíope de tres ojos que me aúlla si observa que me alejo demasiado.

Acaso deba dejar de arrastrar el cadáver corrompido del camarada al que encadenaron a mis pies.

Probablemente lo mejor para todos sea que dé el salto definitivo por el despeñadero que acabo de dejar atrás.

Todo esto que voy pensando una y otra vez puede plantearme alguna duda, pero sé que tengo la certeza absoluta de que jamás volveré a su lado.