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viernes, 24 de julio de 2015

Ginebra seca

Hoy, al mirar mi reflejo en el sucio espejo de enfrente, he recordado a aquel hombre de profundas arrugas y semblante hastiado, que, apoyado en el rincón más oscuro del bar, apuraba un tiempo prestado, en largos tragos de la ginebra más seca.

Al mirarlo, podías ver en sus ojos, sanguinolentos, un dolor de admitida culpabilidad que nunca le abandonaría.

En su voz, quebrada por el humo del eterno cigarrillo que sostenían sus temblorosos dedos, escondía certezas de una vida cruel y cientos de consignas  sensatas que ninguna persona seguiría jamás.

Nadie hablaba con él, pero todos callábamos ante cualquiera de sus escasas intervenciones o en el momento en el que, tras dejar un billete arrugado y ajustarse el sombrero, se marchaba en un respetuoso silencio.