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miércoles, 2 de julio de 2014

La prisión

Hoy he recorrido por primera vez la prisión donde pasaré el resto de mis días. La humedad y el silencio de las profundidades donde se encuentra se ven acompañadas de los gritos y lamentos de miles de moribundos que se apelmazan por sus rincones. Las ratas hace tiempo que han pasado de comer los restos corrompidos de vidas humanas desaparecidas a saborear las carnes purulentas de los penados que abandonaron una pugna inútil contra su fortuna. 
Voy arrastrando unas extrañas cadenas que alguien clavó en mis huesos, mientras dejo un rastro de sangre coagulada que me servirá de guía para regresar sobre mis pasos. El olor nauseabundo de las heces acumuladas, de alimentos hediondos y aguas descompuestas se ha vuelto delicioso, y la oscuridad permanente no afecta a unos ojos quemados a hierro.
Continúo con mi solaz paseo, sin temor ni espanto, muy tranquilo y en paz total, después de todo, fui yo quien mandó construir este lugar.