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viernes, 7 de abril de 2017

En esta nueva ciudad

Y la verdad, no me siento tan extraño en esta nueva ciudad.

Caminando entre los escombros y avionetas de metal, respirando un humo negro o pisando la mezcla de barro, sangre y orín que hay bajo mis pies.

Dibujando en las paredes viejos planes de fuga, frases vulgares que no me dejaron gritar o escuchando los quejidos y lamentos de una decrépita caterva.

Observando con mirada transparente este cielo ocre que anticipa la lluvia ácida que nos permitirá beber.

Sonriendo, sin familia ni amigos con los que disimular, ni jefes ni falsos dioses ante los que capitular.

Arrojando a cada paso las absurdas cargas con las que cubrieron mis hombros.
Y durmiendo, a descubierto y en paz, con los dulces sonidos en mi interior de un alma cansada y abatida.

En verdad lo siento así, por fin me encuentro feliz en esta nueva ciudad.

viernes, 13 de noviembre de 2015

La hora señalada

El reloj marca, por fin, la hora de los mortecinos.

Mis pies, ajados, se han detenido incapaces de dar un paso más en la marcha forzada hacia la exterminación.

Mis ojos, implorantes, se cierran cansados de percibir señales de dolor y angustia que emanan de seres mediocres.

Mis oídos, sangrantes, estallan con la melodía producida por las cadenas que cuelgan de estrellas fracasadas.

Mi garganta, áfona, emite los últimos acordes de la primera lengua que supimos articular.

Y mi alma, exhausta, sólo quiere desaparecer.

martes, 20 de octubre de 2015

La azotea

...con los ojos cerrados y el alma serena...
No lo olvides nunca.

Vivimos en la época de la eterna incertidumbre y por ello, yo, que siempre me he considerado una persona juiciosa y transigente con los principios más ecuánimes del ser humano, he decidido subir a la azotea del edificio más alto de la metrópoli y declamar al viento los versos vedados que algún infame poeta escribió pensando en mí.

Después, con los ojos cerrados y el alma serena, esperaré a que el eco me traiga de vuelta algunas de esas rimas y a que el ulterior silencio me arrulle de manera cariñosa.


Entonces saltaré.

miércoles, 12 de agosto de 2015

En La Mancha

La densa niebla que se había formado en el valle se ha ido disipando a medida que nos acercábamos a los terrenos del Cortijo Molinero.

A pesar de nuestros esfuerzos en avanzar rápido, sólo hemos podido encontrar los restos humeantes de la vivienda y los cuerpos sin vida de la mujer y las hijas de Sebastián.

Sus gritos, desgarrados, nos rompen el alma a todo el grupo.

A mi lado, oigo al comandante recordar aquellas palabras del Quijote que nos repetían una y otra vez en la escuela, –Cada cual, Sancho, es hijo de sus obras–, y con el eco de esas palabras, se aleja, en silencio, para ocultar sus lágrimas.

viernes, 8 de mayo de 2015

La siringa


Desde que era niño he vivido luchando contra las imposiciones del cruel destino, buscando un lugar donde curar las heridas sangrantes del alma en el que poder llorar en silencio por los recuerdos olvidados.

He intentado construir espejos de piedra que reflejaran falsas imágenes del paso del tiempo, pero sólo he podido llenar la habitación de miles de relojes de arena.

He vagado por cientos de ciudades abandonadas en países sin nombre, repletas de sociables fieras e infames humanos, pero sólo he conseguido desgastar las suelas de mis viejos zapatos.

 Y ahora, en la decrepitud de una vida malgastada, acobardado por los espectros del pasado y oyendo la triste melodía de una siringa, aguardo el momento del último hálito, con la fiel compañía de una adusta familia de ratas.

viernes, 11 de julio de 2014

La guerra

La inútil batalla había terminado por hoy y lo único que podemos hacer es buscar a nuestros compañeros caídos entre los cientos de cadáveres de esas extrañas criaturas a las que nos enfrentamos. 
Luchamos sin alma ni fe, ni siquiera con esperanza de victoria, y es que sólo somos simples juguetes rotos a los que cobardes generales mueven a su antojo sobre mapas reinventados.
Además, hace varios días que la comida escasea y a mi alrededor han empezado a mirar los restos de nuestros camaradas occisos cómo algo parecido a nuestro único sustento. 
Sé que casi todos prefieren ser los próximos en caer para no tener que afrontar esa terrible elección. Casi todos, porque yo aún mantengo la confianza en poder clavar mi cuchillo en la garganta de alguno de los que decidieron jugar a la guerra apostando las vidas de otros. 
Por eso, mientras espero que el alba traiga un nuevo combate, esta noche seguiré masticando la carne fresca que recogí ayer.