Desde aquí arriba puedo ver el desorden en el que conviven
los objetos de mi habitación.
Veo un antiguo diario en el que sólo escribí las palabras
principio y fin, unos juguetes de madera medio rotos y unos viejos discos de
algún grupo olvidado.
También se puede ver, entreabierta, la maleta de cuero con la
que regresé al hogar. Aún mantiene en su interior el sucio uniforme que me
obligaban a utilizar a diario, junto a la camisa ensangrentada de una pelea
perdida y el reloj de cuerda que un día robé.
En el suelo, arrinconados, se encuentran el colchón de
muelles reventados donde duermo, una sucia manta medio deshilachada y la
cuchara de plata que me regalaste, en donde mezclo el polvo blanco y el marrón.
Así, observándolo todo, y con media sonrisa, sólo espero que
la cuerda que me ciñe el cuello sea capaz de aguantar el peso y que todo
termine, al fin.