La densa niebla que se había
formado en el valle se ha ido disipando a medida que nos acercábamos a los terrenos
del Cortijo Molinero.
A pesar de nuestros esfuerzos en avanzar rápido, sólo
hemos podido encontrar los restos humeantes de la vivienda y los cuerpos sin
vida de la mujer y las hijas de Sebastián.
Sus gritos, desgarrados, nos rompen
el alma a todo el grupo.
A mi lado, oigo al comandante recordar aquellas
palabras del Quijote que nos repetían una y otra vez en la escuela, –Cada cual, Sancho, es hijo de sus obras–,
y con el eco de esas palabras, se aleja, en silencio, para ocultar sus
lágrimas.